Triquiñuelas de la clasificación ATP, el vencido en la final de Roland Garros gana una posición al vencedor. Del quinto al cuarto puesto, una recompensa temporal a la constancia que ha demostrado durante los dos últimos años. La raqueta rival, la ganadora, muestra a estas alturas más inercia que épica en sus victorias. La maraña de estadísticas envuelve su trayectoria y traslada a un plano comprensible la dificultad del hito. Al otro lado de la red enfrenta a un tenista que acumula 4 derrotas en lo que va de temporada y se ha postrado resignado ante la insistencia de Nadal. Barrunta una duda perenne, una duda que se evaporaría con la violencia de un drive o la contundencia de un revés cruzado.
Al margen de los detalles del partido, las 20 derrotas coleccionadas durante su historial de enfrentamientos atrofiaban la raqueta del - a partir de hoy- número 4 del mundo, que perdía su primera final de Grand Slam ante quien ha conseguido participar en 17 rondas finales. Su raqueta ejecutaba lenta y trabada en los errores no forzados y rápida pero insuficiente en los golpes ganadores. En cierta medida por el clima- bolas más pesadas de lo normal- pero también por el saque, una oportunidad que no terminó de aprovechar. Cedió a la desesperación en pequeños espacios acotados del enfrentamiento y la vacilación fue letal para sus expectativas. Por defender cuando debía atacar, acudió a él una jugada idéntica - aunque menos definitiva a corto plazo- que la que le sacudió en los cuartos de final de la pasada edición del Masters 1000 de Madrid. Con paciencia, desubicó a Nadal hasta arrinconarlo en la esquina derecha y obtener como respuesta un golpe inofensivo que debía rematar con agresividad. Insistir sobre el lado de su rival fue una mala decisión. Un golpe psicológico que se sumaba a la ya ruinosa tendencia del duelo fratricida.
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Al margen de los detalles del partido, las 20 derrotas coleccionadas durante su historial de enfrentamientos atrofiaban la raqueta del - a partir de hoy- número 4 del mundo, que perdía su primera final de Grand Slam ante quien ha conseguido participar en 17 rondas finales. Su raqueta ejecutaba lenta y trabada en los errores no forzados y rápida pero insuficiente en los golpes ganadores. En cierta medida por el clima- bolas más pesadas de lo normal- pero también por el saque, una oportunidad que no terminó de aprovechar. Cedió a la desesperación en pequeños espacios acotados del enfrentamiento y la vacilación fue letal para sus expectativas. Por defender cuando debía atacar, acudió a él una jugada idéntica - aunque menos definitiva a corto plazo- que la que le sacudió en los cuartos de final de la pasada edición del Masters 1000 de Madrid. Con paciencia, desubicó a Nadal hasta arrinconarlo en la esquina derecha y obtener como respuesta un golpe inofensivo que debía rematar con agresividad. Insistir sobre el lado de su rival fue una mala decisión. Un golpe psicológico que se sumaba a la ya ruinosa tendencia del duelo fratricida.
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